En pocos días cambió el puesto por un librero en la sala de un departamento de la ciudad de México. Semanas después llegó a Nueva York a manera de regalito.
Orgullosa comparte entrepaño con Foulkner, Joyce, Proust, Virginia Woolf y escucha con atención a todos los que la miran y se preguntan:
-¿Es una Tortuga?
-No, es una catarina, las tortugas no tienen antenas.
– Las catarinas tampoco.
-Es un escarabajo.
-¿¡Es un ave!?
-¡Quién sabe! Pero tiene patas.
-¿Será un sapo?
Andreina se dice a sí misma: así soy yo.
Varios de sus compañeros de puesto corrieron la misma suerte y viven ahora en Londres, Berlín o París. Su compañerito de al lado, un chivo de abrupto pelaje, es feliz en Liubliana; al caer el otoño se llena de nostalgia y sueña con San Cristóbal.
En su departamento a unas cuadras de Wall Street, Andreina sufre de indiferencia; la consideran símbolo del atraso de un pueblo. Ella pone cara de manifestación cultural de una etnia que sostiene que otro mundo es posible; nosotros también lo creemos.
De paseo por Londres, brincó de alegría cuando se vió reflejada en los bichos de Toledo expuestos en la Tate Gallery. -Me parezco, dijo.
Andreina es una acumuladora de experiencias y nunca se ha reído tanto como cuando escuchó a Xóchitl Gálvez contar la historia de su vida.
Vuela en primera y escucha con atención discusiones sobre orientalismos en la literatura europea del siglo XVIII y tasas de retorno de fondos invertidos en paraísos fiscales. Sabe quién es y le gusta oír a Sting cantar “I’m an english man in New York”.
Algunos aprenden de ella de la misma manera que ella ha aprendido de todos. Andreina recuerda el puesto en el atrio de Santo Domingo y compara todo lo que ha visto y oído hasta ahora. Está consciente que nadie es poseedor del conocimiento, de la belleza, de la razón.
La última vez que la vimos fue dentro de un morral wayuu olvidado sobre una elegante silla forrada de piel color rojo en la boutique Omega de Madison. No sabemos más. Alguien nos dijo que le pareció haberla visto con una cubetita muy chiquita acarreando clavitos -cada quien colabora de acuerdo a sus posibilidades- para la gran obra que es su comunidad.
FIN
dc