Los invitamos a leer esta paráfrasis de un texto del historiador y filósofo francés Michel de Certeau y reflexionar con nosotros sobre la práctica de la escritura –como él la plantea–.
Michel de Certeau, The Practice of Everyday Life, Traducción de Steven Rendall. Berkeley, University of California Press, 1984. Capítulo “The scriptural economy” (pp. 134-135)
Escribir comienza por la construcción de un espacio propio: la página en blanco.
En ese espacio, las ambigüedades del mundo han sido exorcizadas y se da la renuncia y la distancia de un sujeto en relación con un área de actividades.
La página en blanco es el espacio en donde se da el acto cartesiano por el cual el sujeto se aísla y domina un objeto (pienso, luego existo).
Frente a la hoja en blanco el individuo se ubica en la posición de un urbanista, de un industrial, de un filósofo cartesiano; la posición de tener que manejar o administrar un espacio que es suyo y distinto de todos los demás, y en el cual puede ejercer su libre albedrío.
El texto se genera sobre este espacio propio. El texto que tiene poder sobre la exterioridad, de la cual ha sido aislado.
Los materiales se ordenan en la página de manera que producen un orden propio.
Escribir es literalmente llevar a cabo una serie de operaciones articuladas (gestuales o mentales) para trazar en el papel las trayectorias que bosquejan palabras, frases y finalmente un sistema. En otros términos, se produce sobre el papel una práctica itinerante, progresiva y regulada que compone un artefacto de otro mundo, un mundo que no ha sido recibido sino fabricado. El modelo de una razón productiva es escrito sobre la nada del papel.
La práctica de la escritura constituye en ese sentido la producción de un sistema, un espacio de formalización que remite a la realidad de la que se separó con el fin de modificarla.
El laboratorio de la escritura tiene una función estratégica. Puede ser que una pieza de información de la tradición o del exterior sea recogida, clasificada, insertada en un sistema y por ende transformada, o que las reglas y modelos desarrollados en este lugar (que no está gobernado por ellos) le permitan a uno actuar sobre el entorno y transformarlo.
La isla de la página es un espacio de transición en el cual lo que entra es algo “recibido” y lo que sale es un “producto”. Las cosas que entran son indicios de una cierta “pasividad” del sujeto con respecto a la tradición; las que salen, son indicios de su poder de fabricar objetos. La empresa escritural transforma o retiene en sí misma lo que recibe del exterior y crea internamente los instrumentos para una apropiación del espacio externo, es decir, acumula lo que investiga y genera por sí sola los medios para expandirse.