– Guadalupe Conn
En noviembre, se acaban los maestros; lo dijo un docente desde su experiencia actual, con toda la carga de trabajo, el estrés ocasionado por el confinamiento y los posibles aumentos de contagio de la pandemia que alejan la posibilidad del regreso a clases presenciales. No veía cómo podrían sobrevivir más allá del mes de noviembre. Pero ¿qué tendríamos que hacer para que cada uno de ellos sintiera la posibilidad de dar continuidad a su labor en la formación de los niños, niñas, jóvenes y de todo aquél que esté en un proceso de aprendizaje?
Consideremos que la primera reacción, quizá natural, fue la de ponerse a salvo y ayudar a todos nuestros estudiantes a salvaguardarse. Sin embargo ¿por cuánto tiempo podemos resistir en una situación de emergencia que, por supuesto, no estaba planeada a tan largo plazo? Nuestra previsión alcanzaba para un par de meses. Cuando nos decían: “preparémonos para una epidemia larga”, nos preguntábamos: “¿de cuánto tiempo estamos hablando? Ahora, siete meses después y ante el panorama internacional, nuestras expectativas de epidemia larga van mucho más allá del cierre de año. Definitivamente, será el 2020 un año en el que perdimos y ganamos.
Debemos entender que la situación de nuestro país no era la mejor cuando llegó la pandemia. Veníamos enfrentando una crisis profunda del modelo de desarrollo que implica una desigualdad tremenda y en constante crecimiento, donde más de la mitad de la población vive en pobreza y un porcentaje alto en pobreza extrema. Todos los sistemas de seguridad y bienestar sociales estaban en franco deterioro, por mencionar sólo algunos aspectos de la coyuntura de nuestro país. Así las cosas, la educación no se escapa de esta situación. Estamos enfrentando un atraso relacionado directamente con la realidad y con una crisis aún mayor de credibilidad del sistema educativo, no sólo en México sino en todo el mundo. Los sistemas educativos perdieron su capacidad de desarrollar habilidades para la vida y la pandemia -literalmente- nos lo echó en cara. Puso en evidencia nuestro atraso en el desarrollo de habilidades digitales, sobre todo, la desigualdad de acceso. Nos demostró que los contenidos son un mero pretexto para desarrollar otras habilidades y todos aquellos estudiantes que considerábamos nativos digitales, sólo tenían el uso de la herramienta, pero no de las competencias necesarias para enfrentar la educación de formas diversas.
Cuando revisamos algunas experiencias de alumnos y docentes encontramos que no tenían las competencias digitales, ni el equipo tecnológico, pero tampoco la formación para generar planeaciones adecuadas para diversas formas de aprendizaje. De un día para otro, se convirtieron en el blanco del seguimiento de las instituciones educativas, duplicaron sus horas de trabajo y tanto el cansancio como la frustración derivadas de la doble jornada aparecieron exacerbadamente. Por un lado, la escuela y sus estudiantes. Por otro, su propia realidad frente a la pandemia, las agotadoras jornadas de trabajo y el incremento de las tareas domésticas, donde sumamos los cuidados sanitarios y en confinamiento. Aunados los estudiantes que, en su inmensa mayoría, no tenían disponibles ni la conexión a internet. El contacto con sus docentes es a través de un teléfono celular, en el mejor de casos, equipos y espacios compartidos en casa con el teletrabajo de sus familiares y acompañantes.
La realidad es lo único que tenemos y con ella tenemos que vivir. No podemos olvidar a nadie y nunca debemos perder de vista el contexto del mundo, en el que la crisis sanitaria es producto del mal estado en el que se encuentra el planeta. De aquí en adelante, tenemos que vivir en esa conciencia y trabajando desde nosotros, desde nuestra comunidad y siempre con una visión planetaria. Necesitamos buscar salidas más sostenibles, por lo tanto, incluyentes y de construcción de comunidades de paz. ¿Por dónde empezamos entonces? Ahí el reto al que nos enfrentamos.
Empecemos por revisar los Objetivos de Desarrollo Sostenible e iniciemos con tareas sencillas, pero de gran impacto. Ningún esfuerzo es pequeño y todo suma por para tener una vida más cercana al bien vivir, al respeto por la naturaleza y por los seres humanos que nos rodean. La educación es una de esas posibilidades de desarrollo y si a esto nos dedicamos hagamos todo lo necesario para ser congruentes y felices.
Nuestro docentes necesitan de nuestra creatividad, comprensión, empatía, cariño y acompañamiento para salir airosos y no morir en el intento. Necesitamos ayudar a sistema educativo a reinventarse, abandonemos la escuela, que ya decía yo, que murió el 23 de marzo de 2020 con el programa de Sana Distancia impulsado por el gobierno federal vía Secretaría de Salud federal para enfrentar desde el espacio público la crisis sanitaria. Así que nos toca trabajar por esos nuevos espacios de aprendizaje y enseñanza que nos permitan a todos seguir aprendiendo, desarrollando habilidades de todo tipo y con ello lograr tener un planeta más feliz y sostenible. ¿Te animas?